viernes, 15 de junio de 2012


 

Un dibujo de Nse Ramon.

 

 

 

The Guardian Weekly/11-17 de noviembre de 2011 

El rostro público de una dictadura.

 
Guinea Ecuatorial invitó a parlamentarios británicos a una visita, en un esfuerzo porcambiar la percepción mundial del régimen de Teodoro Obiang. Entre ellos estabaIan Birrell.Es difícil no quedar impresionado cuando uno llega a la recientemente enriquecida nación deGuinea Ecuatorial, en particular cuando llegas como invitado del Presidente. Al salir del aeropuertode Malabo se aprecia lo que casi parece una escultura modernista de aviones abandonados, uno de loscuales tiene el morro apuntado al cielo. Puedes llegar a imaginar que es un extraño tipo demonumento al infame intento de golpe de Estado de Wonga, en el que los mercenarios bajo mandobritánico no lograron derribar a nuestro anfitrión en un intento de echar mano a su riqueza petrolera. A continuación hay un trayecto por una nueva autovía de tres carriles.
 
No hay tráfico, no noscruzamos más que con cinco automóviles que venían en dirección opuesta. A cada lado hay edificiosdispersos entre el frondoso follaje. Hay oficinas de empresas petrolíferas y constructoras y bloques depisos nuevos: todos vacíos. A su debido tiempo pasas frente al centro de conferencias que se construyó para alojar unareciente cumbre de la Unión Africana. Junto al mismo hay un complejo de 52 mansiones idénticas,una para cada líder africano asistente. Por supuesto, dispone de helipuerto propio. Todas las casasestán vacías.“Una infraestructura fantástica,” - se entusiasma uno de mis compañeros, mientras pasamos – “nada que ver con el resto de África, ¿no?”. Es Adrian Yalland, un exuberante antiguo portavoz de laCountryside Alliance (Alianza Rural) británica, que ahora actúa en nombre de esta dictadura africana.Es su primera visita al país. A continuación, pasamos por una playa artificial y un hospital ultramoderno antes de llegar aun impresionante hotel con 200 habitaciones, el primer spa del país y un recorrido a medida por laselva en una isla.
 
 Se está talando la verde selva para hacer un campo de golf de 18 hoyos. Sinembargo, apenas hay huéspedes alojados.Bienvenidos a Sipopo. Este complejo orwelliano, incrustado en la capital, Malabo, es el rostroque Guinea Ecuatorial quiere presentar al mundo. Teodoro Obiang, el dirigente africano que en laactualidad lleva más tiempo en el poder y que está acusado de presidir uno de los Gobiernos máscorruptos y represivos del mundo, gastó más de 800 millones de dólares en construirlo, como partede su plan para cambiar la fachada de su régimen. Es calderilla para un hombre al que se acusa deembolsarse casó 65 millones de dólares al día en ingresos por petróleo: su diminuto país es el tercermayor productor de crudo del África subsahariana.Sipopo costó cuatro veces el presupuesto anual de educación en el que es quizás el país conmayor desigualdad del mundo, una sociedad en que la riqueza per cápita supera a la de Gran Bretaña,pero tres cuartos de sus 675.000 ciudadanos viven con menos de un dólar al día. La tasa demortalidad infantil está entre las peores del mundo, pero ese nuevo hospital, nos dijo un médico, estásin pacientes la mayor parte del tiempo. La gente normal está excluida de la zona.
 
Yo viajaba con la primera delegación parlamentaria británica a Guinea Ecuatorial, por lo queestábamos aislados de la realidad, trasladados de acá para allá en comitivas automovilísticas escoltadaspor coches de policía. Era muy divertido, aunque bastante menos para los conductores localesobligados a salirse de la calzada, a juzgar por sus airadas miradas. Sin embargo, era improbable que sequejaran: un farmacéutico al que había detenido la policía por una infracción de tráfico leve nos dijoque le habían golpeado “como si fuera un animal”.La invitación para incorporarme al viaje vino de Greg Wales, un empresario británico con viejos intereses en los rincones más turbios de África, entre ellos su asociación con el también británico Simon Mann en el complot para derrocar a Obiang. En un giro surrealista, ahora hacepropaganda del régimen que intentó liquidar hace siete años.
 
Me invitó como representante delmundo de la cultura, a la vista de mi interés en la música africana; me pareció una infrecuenteoportunidad de echar un vistazo a un régimen conocidamente despótico. La delegación incluía a tresparlamentarios conservadores de a pie, ninguno de los cuales parecía haber investigado gran cosasobre Guinea Ecuatorial antes de sumergirse en sus butacas en clase business del vuelo de ida, juntocon dos representantes culturales. El objetivo estaba claro. Convencernos de que se trataba de unbuen sitio para los negocios, las artes y, posiblemente, incluso el turismo.La lluvia golpeaba cuando nos encaminábamos a nuestra primera reunión. La presidió ÁngelSerafín Seriche Dougan, un elegante individuo que es presidente del parlamento. Previamente fueprimer ministro, hasta que tuvo que dejar el cargo entre acusaciones de corrupción: todo un éxito enGuinea Ecuatorial. Nos sentamos en fila a su derecha mientras importantes políticos del paísocupaban sofás a su izquierda, de tres en fondo.
La exhibición de relojes de pulsera era apabullante.“Estamos aquí para examinar a Guinea Ecuatorial y volver con nuestra impresiones”, dijo lajefa de la delegación, la parlamentaria Nadine Dorries, antigua enfermera, conocida en el Reino Unidopor sus campañas antiaborto.Siguió un cortés debate sobre la “dinámica democracia” de Guinea Ecuatorial. Dougan dijoque celebraban elecciones libres “con toda la transparencia posible”, discutió las libertades de quedisfrutaban los partidos de la oposición y explicó que estaban reformando la Constitución siguiendoel modelo británico.
“Tendremos dos cámaras, para escuchar mejor al pueblo. Estamos aprendiendode ustedes: podrán decir que no vamos suficientemente rápido, pero somos buenos discípulos.” Añadió que los dos grupos parlamentarios compartían los mismos intereses.
 “Tenemos petróleodesde 1996 y estamos intentando que el país se desarrolle. Procuramos utilizar los recursos con todala transparencia posible para el desarrollo del país y su bienestar.”Elogiables objetivos, de ser ciertos. Freedom House, el respetado centro de estudios políticosestadounidense, coloca a Guinea Ecuatorial, junto a Birmania, Corea del Norte y Somalia, en la listade los peores regímenes del mundo.Los representantes británicos, mientras continuaba el ilusorio discurso, plantearon lassiguientes tres cuestiones: ¿podía la oposición plantear asuntos para su debate en el parlamento?¿Podían solicitar debates? Y la mejor de todas, si la reforma democrática estaba impulsada por lospolíticos o por el pueblo. Ésta la hizo Caroline Nokes, parlamentaria y antigua directora de la Asociación Nacional del Pony. Yalland, con su traje color crema, aportó su contribución: “Una de las equivocacionesrespecto a Guinea Ecuatorial es que carece de una democracia que funcione, pero es obvio que no esasí, que hay partidos políticos que funcionan, con financiación presupuestaria. Hay también grandeserrores sobre libertades públicas y derechos humanos.”Dougan dijo que sabía la enorme tarea que suponía para sus huéspedes cambiar el punto de vista de la gente en Europa y hacerles notar que no todo era negativo en Guinea Ecuatorial. “Partiráncomo nuestros primeros embajadores”, concluyó con una sonrisa. Nada extraño. Las cámaras habíanestado filmando y fotografiando constantemente. La información oficial estaba celebrando la llegadade un grupo de 10 parlamentarios británicos de todos los partidos. A pesar de la ingenuidad de sus preguntas, los parlamentarios empezaron a percibir que notodo era lo que parecía. Dorries dijo, confidencialmente, que una de las mujeres, una política, llevabaun bolso de Hermès, que cuesta alrededor de 24.000 dólares.

“¿Qué clase de parlamentaria tiene unbolso así? Son esos detalles los que te hacen sospechar.”La respuesta es obvia, a la vista de los antecedentes sentados por el Presidente. TeodoroObiang Nguema Mbasogo arrebató el poder en 1979 a su tío, un hombre que se declaraba brujo,coleccionaba cráneos humanos y era un tirano de tal categoría que un tercio de la población escapó desu criminal poder. A partir de entonces, Obiang ha creado un brutal Estado de partido único que giraalrededor de su familia. Se le alaba en la radio como a un dios “en permanente contacto con el Todopoderoso” que puede “decidir matar sin que nadie le exija responsabilidades y sin ir al infierno”; ello no le ha impedido, sin embargo, declararse católico y ser invitado al Vaticano por los sucesivosPapas.Pocos extranjeros se preocupaban por lo que sucedía en este apartado rincón, de lenguaespañola, hasta que se descubrió petróleo. En ese momento se presentaron los gigantes occidentalesde la energía y la familia presidencial se incorporó a la lista mundial de los acaudalados. Obiang,culpando a los extranjeros de la introducción de la corrupción en el país, comunicó al pueblo que se veía obligado a controlar el tesoro público para evitar que otros sucumbieran a la tentación. Lafantástica escala de sus consiguientes hurtos quedó a la vista cuando las investigacionesestadounidenses en un banco que quebró descubrieron que, sólo en ese banco, Obiang teníadepósitos por valor de 700 millones de dólares.El elemento más famoso del clan es Teodorín, el hijo preferido y supuesto heredero. Susueldo oficial como ministro de Agricultura y Asuntos Forestales es de alrededor de 8.000 dólares almes, pero en sólo tres años ha gastado en bienes de lujo el doble del presupuesto estatal anual deeducación. A principios de este año se le sorprendió intentando comprar un superyate de 375millones de dólares y en septiembre se hizo público que había perdido en Suazilandia un maletín quecontenía 400.000 dólares. Un funcionario de inteligencia estadounidense comentó que era “un idiotainestable e insensato”.El régimen está gastando enormes sumas en relaciones públicas, aunque ello no ha impedidoinvestigaciones criminales en EE.UU. y Francia. El primer intento de Obiang de limpiar su imagentuvo lugar hace tres años, cuando patrocinó un premio científico de la ONU con 3,32 millones dedólares: los grupos de derechos humanos levantaron tal revuelo que el premio nunca se concedió. Ahora es el presidente de la Unión Africana y está adoptando lo que un colaborador llama “enfoquesmás sutiles”.De ahí nuestro viaje, con su punto culminante en una prometida entrevista con Obiang. Así que, bajo un sol que por fin brillaba, se nos transportó en el avión presidencial a Bata, la segundaciudad del país. Mientras esperábamos en el hotel, antes de que se nos dijera que debíamos verpreviamente al primer ministro, Ignacio Milam Tang, contemplamos a un ministro trasegandochampán en el bar.Dorries abrió la conversación con su ya familiar discurso acerca del honor que suponía para ladelegación encontrarse allí. “Hemos venido para disipar algunos mitos sobre Guinea Ecuatorial y también para ofrecerles nuestra humilde colaboración para que eviten los errores que nosotros hemoscometido”.Ello dio inicio a una estrambótica sesión de preguntas y respuestas.

 Dorries preguntó si elhospital de Sipopo estaría abierto a todo el mundo, a lo que el primer ministro contestó que era tanreciente que la gente no conocía su existencia (en un país en el que uno de cada siete niños muereantes de cumplir los cinco años). Steve Baker, el concienzudo tercer miembro de la delegación,obsesionado con la libertad de mercado, preguntó por los tipos tributarios, a lo que el primer ministrocontestó que no sabía las cifras exactas, “porque no estoy a cargo de las finanzas”.Después Tang dijo que no sabía cómo responder a mi pregunta respecto a las razones por lasque el país tuviera tan mala reputación. Dorries conferenció con Baker y, por fin, planteó la cuestiónde la represión. “Se nos sigue diciendo que no admiten la percepción que se tiene de ustedes. Pero esarespuesta no contribuye a que les ayudemos”, dijo. “Se trata especialmente de la cuestión de losderechos humanos”. Tang respondió que algunos Gobiernos intentaban imponer puntos de vista que no eranadecuados debido a las diferencias culturales, antes de añadir que eran víctimas de historias queprocedían del régimen anterior. Al terminar la reunión, soltó el bombazo: el presidente estaba fuerade la ciudad, por lo que no podría recibirnos.Dorries, claramente irritada, pidió hacer otra pregunta, “ya que su Presidente no va arecibirnos”, y preguntó cuáles eran esos valores culturales que chocaban con los de sus críticos. Tang,que parecía incómodo, dijo que no lo sabía, añadiendo que sus “valores africanos” nunca podríancoincidir con nuestros “valores europeos”.
 
 
El ambiente se tornó glacial. Baker y el embajador ante Gran Bretaña se incorporaron a ladiscusión, diciendo este último que el tribalismo era un obstáculo para la democracia, antes deconcluir: “No podemos aceptar que venga gente de Europa, sin entender África ni la forma africanade hacer las cosas, y nos diga qué tenemos que hacer”.Dorries, que en su juventud había pasado un año trabajando en Gambia, replicó que elproblema eran los “diktats inaceptables” de los Gobiernos. “Todos los países africanos tienen tribus,pero no todos tienen una reputación como la de Guinea Ecuatorial”. Tang respondió que no eran el único país africano con mala reputación y concluyó la reuniónagradeciendo la sinceridad de sus visitantes.Para cuando regresé al hotel tras otra reunión, el grupo estaba dando cuenta de pizzas y vino.
 
Dorries acabó la comida diciéndole a Wales que no se les estaba ofreciendo una versión auténtica delpaís que el informe no sería exculpatorio; la contestación fue que habían sido groseros con sushuéspedes y que no entendían África. La discusión fue violenta.Nunca nos reunimos con Obiang. Nunca hicimos la visita que se nos había prometido a Black Beach, breve residencia temporal de Simon Mann y la prisión más famosa de África, con sureputación de sistemática ferocidad y torturas, lo que era más comprensible, a pesar de las insistentesdeclaraciones de que su infamia era cosa del pasado.Pero me reuní con Gerardo Angüe Mangue, que conocía la prisión estupendamente. Enmarzo de 2008, este dirigente del Partido del Progreso recibió una llamada instándole a volvercorriendo a su casa. Al llegar, cuatro policías le esposaron y le apalearon frente a la misma, antes dedepositarle en una celda diminuta de Black Beach. Se le acusó, junto a otros dirigentes del partido, deconspirar para derrocar a Obiang.Le tuvieron con grilletes durante dos meses. Los policías le sacaban de la celda, le atabanmanos y pies y le colgaban de un madero que pasaban entre sus brazos. Nos mostró la postura encuclillas a la que se veía forzado, dando alaridos de agonía, mientras encendían velas bajo su rostropara que el humo le sofocara. A veces vertían agua fría sobre él. “Mucha gente murió en estetormento”, nos dijo. “Muchas veces pensé que moriría yo también”.El único alimento era pan y agua y el retrete era un cubo en el rincón. Las palizas eranfrecuentes. Después de cinco semanas le trasladaron a una celda con cinco personas más y la comidamejoró con el añadido de alas y cuellos de pollo.
 
Estuvo incomunicado durante un año; después,previo pago a los guardias, se permitió que le visitaran su esposa, familiares y amigos. A veces,también les golpeaban. Mangue, que tenía 50 años, me dijo que entre los presos había mujeres y niñosy que, antes de las visitas de la Cruz Roja limpiaban la cárcel, pero que la mayoría de los presosestaban demasiado asustados como para hablar abiertamente.Le liberaron en junio, tras una amnistía presidencial, pero le advirtieron de que volvería aBlack Beach si volvía a la actividad política. En ese caso, ¿por qué estaba hablando conmigo? “Muy sencillo, - dijo- después de Black Beach ya no tienes nada que perder”.Otro disidente se ofreció a mostrarme un aspecto distinto de Guinea Ecuatorial. Sonriócuando me vio salir de un coche con matrícula presidencial y me preguntó si estaba seguro de lo quehacía, porque los últimos periodistas extranjeros en Malabo habían sido detenidos por la policíasecreta y deportados acto seguido. Vagamos por Campo Yaundé, una comunidad de 25.000 personas en el centro de la capital.Las atestadas calles tenían tanto barro que era difícil caminar sin resbalar. Un hombre se ofreció amostrarme su barraca, hecha de tablones y con un tejado de chapa. En el interior había doshabitaciones para las cuatro personas que la ocupaban, con cubos de agua almacenados junto a lapuerta y frecuentes cortes de corriente eléctrica. En muchas casas se amontonaba un aún mayornúmero de personas.
 
“Bienvenido a mi hogar”, dijo con una triste sonrisa. “Puede que la mitad de la población deMalabo viva en estas condiciones. No sólo los desempleados, sino profesores, mecánicos, inclusoeconomistas. No se parece mucho a Sipopo, ¿no?”. En la estantería había un puñado de libros,comprados en España. “Debemos ser el único país del mundo en el que no hay ni una librería”, dijo cuando lo mencioné. A pesar de sus difíciles circunstancias, me invitó a compartir el arroz y la carneguisada de su cena.Después de marcharnos, el disidente me dio un ejemplo de cómo el régimen ofrecía ilusionesde cambio, conservando el control. “Al partido socialista, opositor, no le dejaban vender su periódico. Ahora lo pueden vender libremente por la calle” –dijo- “pero la policía secreta sigue a cualquiera quelo compre, y le interroga, maltrata y amenaza”.Mientras tanto, Obiang se concentra en sacarle brillo a su sucia imagen; a uno de losparlamentarios visitantes se le ofrecieron más de 30.000 dólares para que convenciera a sus colegas deque visitaran el país. El parlamentario se negó. Pero no puedo dejar de darle vueltas a ese tipo deasuntos después de mi imprevista inmersión en el mundo de los regalos a los parlamentarios. Lospolíticos británicos volvieron a casa después de un extraño viaje, para el que se habían preparadoescasamente, en el que habían planteado pocas preguntas incisivas, tratado en ocasiones concondescendencia a sus anfitriones y permanecido todo el tiempo en su burbuja construida a medida. Aunque hay que reconocer que se habían aventurado en lo desconocido y, en última instancia, sehabían negado a ceder y elogiar al régimen como estaba previsto.En nuestra reunión con el presidente del Parlamento, pregunté por el paradero de PlácidoMicó, la única auténtica voz opositora en el Parlamento. Dougan replicó: “Le habíamos pedido queestuviera aquí, pero no aparece. Tal vez esté fuera del país”.Por supuesto, no estaba en el extranjero. Micó resopló burlonamente cuando se lo conté,antes de explicarme cómo estaba excluido de los medios de comunicación, que sus reuniones erandisueltas por matones y que despedían de sus puestos de trabajo a sus correligionarios. A él le handetenido una docena de veces y ha pasado temporadas en Black Beach.¿Qué les habría dicho a los parlamentarios británicos? “Mi mensaje es que el pueblo deGuinea Ecuatorial está sufriendo una de las más atroces dictaduras. Nuestro pueblo necesita ayuda.Hay que atender a los intereses de la gente que sufre, no a los de las empresas petroleras y multinacionales”.“La mayoría de los extranjeros que han llegado en los últimos diez años está más interesada enel petróleo y en conseguir ventajas comerciales que en la ausencia de derechos humanos y democracia”, dijo. “Nuestro pueblo podría vivir muy bien a cuenta del petróleo y del gas. Pero todose lo quedan Obiang y su familia”.
 
 
 

El articulo es del periodico The Guardian, lo hemos traducido y distribuido.




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